Sitemap | Búsqueda | Contacto |
Home > Testimonios y anécdotas






El encuentro de Fátima

En julio de 1977 Albino Luciani habló con sor Lucía. ¿Cómo sucedió y cómo se desarrollo el encuentro? Por primera vez el secretario del patriarca Luciani habla y revela… Entrevista a monseñor Mario Senigaglia

 

Entrevista a Mario Senigaglia por Stefania Falasca


 

Hay hechos y hechos. Algunos, con el tiempo, siguen siendo lo que son. Otros se pierden y desvanecen hasta convertirse en leyenda. Veamos uno. Lugar: Coimbra. Fecha: 11 de julio de 1977. Encuentro del patriarca de Venecia Albino Luciani con sor Lucía Dos Santos, la vidente de Fátima. Un hecho sobre el que han corrido ríos de tinta.

 

Se dice que fue sor Lucía la que manifestó su deseo de hablar con el patriarca Luciani. Se dice que la vidente lo recibió llamándole «Santo Padre». Se dice también que le predijo la brevedad de su pontificado y que el patriarca salió turbado de aquel coloquio. Se dice… Después no ha sido difícil seguir la corriente de estos “se dice”, hasta representar a Luciani como alguien obsesionado por esa profecía. Atormentado por esa sombra escondida entre las líneas del tercer secreto. La única voz disonante en este coro de “se dice” ha sido, en estos últimos años, la del cardenal Tarcisio Bertone. El purpurado, que en diciembre de 2003 interrogó a sor Lucía sobre dicho coloquio, ha reafirmado varias veces que la monja no le predijo nada a Albino Luciani. En fin, ¿tienen alguna posibilidad de fundamento estas voces o es la vieja historia de un típico caso de vaticinium ex eventu? Mejor volar a ras de la historia y volver a la crónica. Hojearla desde el principio, poco a poco, con quien conoce bien las circunstancias que dieron lugar a ese encuentro.

 

Monseñor Mario Senigaglia es desde hace treinta años el párroco de la iglesia de San Esteban de Venecia. Luciani mismo le acompañó a San Esteban en el lejano 1976. Durante siete años don Mario había estado a su lado como secretario particular. Una presencia discreta y atenta, en aquellos atareados años venecianos, que Luciani contracambió con duradera estima y confianza. En aquel julio de 1977, Senigaglia habló con Luciani pocos días después de que éste regresara de Fátima. «Sí, me llamó y fui a verle al patriarcado…», dice, «pero espere», se interrumpe girándose hacia un estante, «tomemos la agenda del patriarca.».

 

Nuestra crónica comienza desde aquí.

     

Monseñor, veamos qué hay escrito en la agenda.

Mario Senigaglia: Sí. Leamos… Viernes 8 de julio de 1977: el patriarca está en Padua. Sábado, aquí está: sale hacia Fátima. Domingo 10: concelebra la misa en la cuenca de Cova de Iría. Lunes 11: celebra con otros sacerdotes en la capilla del monasterio de las carmelitas de Coimbra. Vuelve a Venecia el 12 y el 13 preside el capítulo general de las franciscanas… no hay más.

 

Esto dice el boletín. ¿Pero cómo tuvo lugar el encuentro con sor Lucía en la clausura de Coimbra?

Senigaglia: En primer lugar, Luciani no entró solo.

 

¿No estaba solo durante el encuentro?

Senigaglia: No. Lo acompañó y asistió al coloquio una aristócrata veneciana.

 

¿Quién era?

Senigaglia: La marquesa Olga Mocenigo de Cadaval.

 

Espere… explíquenos los hechos desde el principio. ¿De dónde sale esta aristócrata? ¿Por qué Luciani fue a Fátima? Había algún motivo, un aniversario especial…

Senigaglia: No. Ningún motivo especial. Simplemente fue a Fátima con una peregrinación. Todos los años, aquí en Venecia, el padre jesuita Leandro Tiveron, que había sido también el confesor de Luciani, organizaba una peregrinación a algún santuario mariano. Y ese año se decidió por Fátima. Luciani había ido a Lourdes varias veces, pero en Fátima no había estado nunca. El padre Tiveron le propuso que fuera con ellos y él aceptó. Así que el patriarca se unió a la comitiva de peregrinos. Eran unos cincuenta. El 10 de julio visitaron el santuario y participaron en la celebración eucarística en Fátima. Al día siguiente fueron a Coimbra para asistir a la misa en el convento de las carmelitas. Quien organizó y propuso la parada en el monasterio de clausura de Coimbra fue la marquesa De Cadaval, que tenía relaciones con el convento.

 

¿Por qué tenía la marquesa tanta familiaridad con el convento de Coimbra que incluso le daba acceso a la clausura?

Senigaglia: La marquesa De Cadaval estaba casada con un portugués, un terrateniente del sur. Era una mujer de gran cultura y sensibilidad, y también de profunda piedad, y durante su estancia en Portugal ayudaba como voluntaria de la Cruz Roja en el santuario de Fátima y pronto se convirtió en benefactora del convento de Coimbra. Allí conoció a sor Lucía, con la que estableció una intensa relación de confianza. Durante años fue su colaboradora. Asistía a sor Lucía con las traducciones de la correspondencia. Durante la guerra recibió el encargo de llevar personalmente, y a menudo de memoria, mensajes a Pío XII y mensajes de éste a sor Lucía. Pacelli conocía a la marquesa desde su juventud. La señora Cadaval había estudiado en la universidad de Roma y tenía buenas relaciones con la familia del futuro pontífice. Así le tocó el papel de trait d’union entre sor Lucía y el Papa. En el 77 era ya mayor, tendría unos setenta años.

 

¿La conocía Luciani de antes?

Senigaglia: La había visto alguna vez en Venecia.

 

Y usted, ¿la conocía personalmente?

Senigaglia: Sí. Era parroquiana mía. Cuando venía a Venecia vivía a dos pasos de la iglesia de San Esteban y todos los días venía a misa por la mañana temprano. Así que tuve ocasión de conocerla. Fue en una de esas mañanas, después de la misa, cuando, hablando de la peregrinación a Fátima, surgió la idea de la visita a Coimbra.

 

Entonces el encuentro de Luciani con sor Lucía fue una iniciativa de la marquesa. No fue la vidente de Fátima la que pidió hablar con él…

Senigaglia: Hablando de la visita a Coimbra la marquesa dijo: «Si viene el patriarca… me gustaría presentárselo, con la ocasión, a sor Lucía». Así surgió. Y luego las cosas siguieron de este modo: «Si le agrada…», le dije, «pídaselo…». «Pero mire», añadí también, «que si le plantea al patriarca esta posibilidad antes de la salida, es probable que le diga que no». Luciani, en efecto, era siempre discreto y reacio a estas cosas. Tenía cuidado de no molestar a nadie. Y, «seguramente», le dije a la señora Cadaval, «si usted se lo pide antes, pondrá el reparo de que separarse de los peregrinos no sería oportuno, que haría perder tiempo… Pero si se lo dice estando allí, al último momento, entonces… puede ser que al final acepte para un saludo». Y fue lo que hizo, de acuerdo con el padre Tiveron.

 

¿Cómo se desarrolló el encuentro?

Senigaglia: La señora Cadaval ya estaba en el monasterio cuando llegaron los peregrinos y había informado a sor Lucía de la presencia del patriarca Luciani. Cuando llegó el momento, al final de la celebración eucarística, le dijo al patriarca que a sor Lucía le gustaría saludarlo. Entraron en la clausura con la priora del convento. Cadaval lo acompañó a ver a sor Lucía y se quedó con ellos. Luego al ver que Luciani conseguía entender bastante bien el portugués, se alejó, y al terminar el coloquio lo volvió a acompañar a donde le esperaba su secretario don Diego Lorenzi para ir a comer con los demás.

 

Don Diego dijo que el encuentro duró una hora y media. Otros dicen que más. El propio Luciani refirió que había hablado largo tiempo…

Senigaglia: Bueno… la verdad es que para Luciani largo tiempo podía ser media hora. A los que esperaban les pudo parecer quizá aún más largo… De todos modos, ni Luciani ni la señora Cadaval me hablaron de este hecho del tiempo como de algo excepcional. Sé que se vio con los otros en el restaurante y que después de comer se fue a Lisboa en el coche que había puesto a su disposición la señora Cadaval para luego regresar a Venecia, donde tenía otras citas. Esto es todo.

 

Usted se vio con Luciani al regresar de Fátima. ¿Qué le dijo?

Senigaglia: Recuerdo que entré en su despacho y me dijo: «Siéntate». Esto significaba que tenía ganas de contar. Me habló del viaje, del clima de auténtica oración y de los gestos de penitencia conmovedora que había visto en Fátima. De los peregrinos que habían hecho un largo trayecto descalzos sobre las piedras en la explanada, bajo el sol, y de las piadosas mujeres que en caso necesario curaban, a la llegada, los pies de esos peregrinos. Hablamos entonces de la diferencia con Lourdes y de estas diversas formas de piedad, y siguiendo con la charla, en un momento dado le pregunté sobre Coimbra: «Sé que estuvo allí y que pudo ver a sor Lucía…». Y él respondió: «Sí, sí la he visto… ¡Ay! ’sta benedeta monèga (esta bendita monja, en dialecto véneto)», me dijo, «tomó mis manos entre las suyas y empezó a hablar…». Se quedó un rato pensando con las manos juntas, y continuó diciendo: «… ’Ste benedete monèghe (estas benditas monjas) cuando empiezan a hablar no paran…». Pero me dijo que no había hablado de las apariciones y que él sólo le preguntó algo sobre la famosa “danza del sol”.

 

¿Y luego?

Senigaglia: Y luego basta. Entramos en las cuestiones de Venecia. Pero antes de terminar con el tema le dije, siendo yo entonces director de Gente Veneta: «Eminencia, ¿por qué no nos escribe un artículo sobre este encuentro?». Y él me dijo: «De acuerdo, lo hago con gusto». Y es el que luego escribió.

 

Se refiere al artículo publicado el 23 de julio de 1977…

Senigaglia: Exactamente. Y allí escribió lo que me había mencionado y todo lo que deseaba decir al respecto. Escribió, con su fino y habitual humor, del carácter jovial, de la manera de hablar expedita de la pequeña monja, que con mucha energía y convicción insistía en la necesidad de disponer hoy de religiosas, sacerdotes y cristianos con la cabeza bien asentada, y del interés apasionado que demostraba, hablando, por todo lo relativo a la Iglesia con sus problemas agudos. Escribió también que las revelaciones, aunque estén aprobadas no son artículos de fe, que al respecto se puede pensar lo que se quiera sin faltar a la propia fe, y concluyó con lo que siempre repetía sobre el significado de estos lugares marianos, esto es: que apariciones, no apariciones, mensajes, no mensajes, los santuarios están ahí sólo para recordarnos la enseñanza del Evangelio, que es la de rezar.

 

¿No volvió a hablar del tema con usted?

Senigaglia: No. Ahí terminó. La verdad es que tampoco yo tuve curiosidad por preguntarle nada más. Aunque no faltaron las ocasiones. El 26 de ese mismo mes salimos hacia el santuario mariano de Pietralba, en Alto Adige, como hacíamos todos los años. Y allí nos quedamos hasta el 5 de agosto. Diez días. Recuerdo que pasamos esos días serenamente, dando largos paseos por el monte.

 

Y la marquesa, ¿volvió a verla? ¿Qué le contó del encuentro?

Senigaglia: La vi de nuevo en Venecia en septiembre, con motivo de la Bienal. Me dijo que estaba contenta por cómo había salido la peregrinación. Que también sor Lucía estaba contenta, y que, hablando con ella, después de aquel coloquio, la monja le dijo que Luciani le había parecido una bella persona.

 

¿No dijo nada más sobre las palabras pronunciadas por sor Lucía?

Senigaglia: No.

 

Esto no quiere decir que no hayan querido referir otras cosas... ¿Apuntaba Luciani hechos y reflexiones estrictamente personales?

Senigaglia: No tenía diarios personales. Tampoco de ese tipo de agendas espirituales, como pueden ser los diarios del alma de Roncalli, para entendernos. Le cuento un episodio.

 

Diga…

Senigaglia: Cuando murió el cardenal Urbani, predecesor de Luciani en la sede de Venecia, de quien había sido secretario y fui nombrado testamentario, me hallé con una montaña de escritos privados con referencias a personas, cosas y hechos incluso delicados. Fui entonces a pedirle consejo a Luciani sobre cómo tenía que comportarme al respecto. Me dio su consejo y luego riendo comentó: «Don Mario, quedate tranquilo, que por lo que me atañe, no te daré nunca estos problemas».

 

Así que no existen apuntes privados de aquel encuentro…

Senigaglia: No era propio de su manera de ser, de su estilo este tipo de escritos. Era metódico y organizado, tenía un archivo bien abastecido de notas y esquemas de sus lecturas. Una riquísima biblioteca de apuntes, en el que las materias estaban divididas por temas y que actualizaba continuamente con un criterio periodístico. Los escribía en viejas agendas y en aquellos cuadernos que se usaban antaño, de rayas, con la tapa negra y el borde rojo. El archivo le servía para preparar homilías, discursos o artículos para los periódicos. Cuando fue a Roma para el cónclave me llamó por teléfono pidiéndome que le mandara las agendas en las que había escritos sus apuntes sobre los documentos del Concilio. Cuando pronunció sus primeros discursos como Papa, yo le hubiera sabido decir qué agenda y que página había consultado: eran los escritos de los que tantas veces había tomado ideas para sus discursos. Para comprender, por tanto, su pensamiento y su actitud respecto a los hechos de Fátima basta ver lo que públicamente dijo y escribió.

 

¿Había hablado antes de los hechos de Fátima?

Senigaglia: Sí. Ampliamente. También en el 70 aniversario de las apariciones. Recorrió la historia, la actitud de la Iglesia y la actitud que los fieles deben tener en relación a esos hechos. Su pensamiento se caracterizaba por una cautela extrema que consideraba fuera de lugar también a los que, aceptando las apariciones como verdaderas, las instrumentalizan para fines políticos o similares, ajenos a las apariciones. En fin, estos escritos nos muestran su modo de medir y juzgar los acontecimientos, y también su manera de ser, de comportarse, que es la de un hombre impermeable a las sugestiones, equilibrado, que se fija en lo esencial, y que observa con ironía fina, aguda, desmitificadora. Lo desmitificaba todo. Incluso a sí mismo y sus propios encuentros.

 

Un año después, en marzo de 1978, ocurrió, sin embargo, un episodio que fue el origen de las sucesivas declaraciones sobre aquel encuentro en Coimbra. Luciani le dijo a su hermano Edoardo que había hablado con sor Lucía y, al verle turbado, Edoardo puso en relación este hecho con las predicciones que, según dicen, la monja le había referido sobre su futuro…

Senigaglia: Son impresiones, hipótesis, deducciones personales, que Edoardo manifestó inmediatamente después de la muerte de su hermano, y de las cuales yo no puedo responder. Edoardo, sin embargo, no sabía cómo se había desarrollado el encuentro. Luciani le dijo solamente que había visto a sor Lucía. Nada más.

 

Y el turbamiento…

Senigaglia: Cuántas veces, cuando íbamos a visitar a las monjas de clausura en Venecia, le oí comentar después: «¡Estas benditas mujeres… no salen nunca y no se pierden ni una… conocen los problemas de la Iglesia mejor que nosotros!». Con sor Lucía habló de esto en general. De la Iglesia con sus actuales y agudos problemas, del peligro de la apostasía. Lo ha dicho. Así que puede haber vuelto a reflexionar sobre ellos con preocupación.

 

En resumen, usted no le ha dado nunca importancia a ese encuentro, no lo ha puesto nunca en relación con la elección de Luciani y su muerte repentina …

Senigaglia: No. Ni antes ni después de su muerte. Se lo he dicho. Mire, vi a Luciani la mañana que salió temprano de Venecia para ir al cónclave. Estaba preparado a lo que iba a suceder en aquel cónclave, sabía, era consciente. Al igual que lo sabían los demás. Ninguna sorpresa. Por Venecia habían pasado a verle obispos y cardenales de todo el mundo. Lo conocían, todos le apreciaban. Por lo demás, ya en 1972 había sido señalado. Precisamente aquí, en Venecia, Pablo VI le había puesto su estola sobre los hombros. Es sabido. Esa fue algo más que una auténtica profecía ad personam. Y a la vista de todo el mundo. Para qué más… no hacían falta otras. Así que esto es todo, por lo que se refiere a Luciani. En cuanto a la señora Cadaval…

 

¿En cuánto a la señora Cadaval?

Senigaglia: Murió casi centenaria en 1997. Veinte años después del encuentro de Coimbra. Y hasta el final siguió activa y lúcida. No hizo nunca alusiones, ni nunca intuí en sus palabras la mínima referencia a previsiones, profecías de sor Lucía concernientes a Luciani. El año antes de la muerte de la señora Cadaval, en junio de 1996, estando en Fátima para los ejercicios espirituales, celebré misa en el convento de Coimbra con otro sacerdote, y también a nosotros, la marquesa, nos ofreció la posibilidad de hacerle una visita breve a sor Lucia. E incluso nos puso cortésmente a disposición un coche para ir y volver. Esto para que vea la amistad duradera que mantuve con ella y de las muchas ocasiones que tuve, en todos estos años después de la muerte de Luciani, de verla y hablarle.

 

Perdone… pero ¿por qué todas estas cosas no las ha contado nunca antes de ahora?

Senigaglia: … No me las han preguntado. Si lo hubieran hecho habría respondido. Si luego todo se convierte en una fábula, se pierde sólo tiempo yendo tras las fantasías.

 

http://www.30giorni.it/sp/articolo.asp?id=12809